Hinchémonos a porros

Chavales fumando marihuana
Foto por Brainbitch

Estaba pensando yo, hace un momento, que al planeta le importa un pimiento el calentamiento global y todas esas vainas. Pensaba también (piensas demasiado, me suelen reclamar los que piensan demasiado poco), que mejor para la Tierra y sus ecosistemas si los humanos nos llegamos a extinguir.

Pero caí enseguida en la cuenta de que los planetas no son seres sintientes, y hasta si revientan como una de esas supernovas les va a dar igual. Si acaso, a los únicos que debería preocuparnos el cambio climático es a los seres humanos, pues, a todas luces, nos esperan unas peores condiciones de vida si la Tierra se recalienta. Entiéndase, lo de las condiciones de vida, que para los que no habitamos en la tundra siberiana, que igual a los de allí les apetece un poco de calor.

Y total, para los ateos no habría de suponer mayor inconveniente que los humanos o los jabalís nos extingamos, digo yo, pues, según ellos, no somos más que materia. Ni más ni menos que un conglomerado de átomos, dicen que somos, lo mismo que los planetas esos a los que les resulta indiferente su implosión. Desapareceremos los humanos como pasaron los dinosaurios, y la Tierra seguirá rotando respecto a su eje con la misma indolencia que continuará dando vueltas alrededor del Sol.

Y añado yo, que todos esos que creen en un más allá deberían agradecer si ya pronto estamos todos muertos, y, en definitiva, disfrutando del Jardín de las delicias, junto a Yahvé, Jehová y Alá (que son uno y trino), los profetas Jeremías y Mahoma, nuestros familiares difuntos con todos los santos, y el ayatolá Jomeini que también por allí andará, con su barba, sus cabras, y sus fatuas condenatorias. En el infinito, no vamos a caber tantos...

A los únicos que debería preocuparles el cambio climático es, en mi humilde opinión llena de orgullo y prejuicios, a los que creen en el estado perpetuo de renovación de la carne. Me refiero a los budistas y otros especímenes similares, a los que les espera un futuro tormentoso o de secarral, según el avance del hombre del tiempo y según se hayan comportado en su vida anterior. No quisiera yo verme reciclado en sus pellejos de hombre murciélago, vaca sagrada, o escarabajo de relato de Kafka.

Y, por supuesto, tendríamos también que preocuparnos por el futuro de la Tierra los agnósticos, dado nuestro estado de indefinición e incertidumbre mental. ¿Qué nos espera después de la muerte, hay un más allá, tal vez un más acá? Ya que me declaro agnóstico, debería llegar a la conclusión de que lo mismo estoy bien jodido con todo este asunto del cambio climático, si no fuera porque soy un nihilista de cojones: nada somos, así que todo me da igual. Como decía aquel pasota de los 80, «yo paso de todo, tío», que traducido al castizo cheli vendría a significar lo mismo que «todo me la pela». Soy ese monstruo por el que nadie rezará una lastimera letanía cuando muera. Es por eso, por lo que he llegado a la misma conclusión que el gorrino al que le espera su San Martín en su día de matanza:

¡Bebamos y comamos,
mientras podamos!

E hinchémonos a porros, dado que el futuro es bien incierto, una mera conjetura filosófica. Vivamos el presente como si cada calada fuera la última de nuestras vidas. ¿Acaso al fumeta más comprometido, ése que no se pierde una manifa, le preocupa la huella de carbono que van dejando sus canutos? Más bien al contrario: si los bosques están ahí, será para fumárnoslos. ¡Carpie diem, colegas, que atrone la batucada y que nos quiten lo bailao!

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