La pieza
Foto por Thomas Hawk |
El agente municipal no daba crédito: un mulato, con todos sus huevazos morenos, había sorteado los bolardos que impedían el acceso a la plaza, para aparcar su enorme Audi junto a la puerta principal de la estación del Norte.
—Perdone señor, pero no está
permitido estacionar en esta plaza. Le voy a tener que sancionar.
—Estoy esperando a su jefe,
así que usted verá.
—¿Se está pitorreando de mí? ¡Por
mí como si está esperando al sursuncorda! ¡Vaya saliendo ahora mismo de aquí! ¡Pero
espere, que primero le entrego su multa!
El chófer, de acento latino,
tomó con indiferencia el papelito que le extendía el agente y se puso en circulación.
Minutos más tarde, el mismo guardia
municipal se cuadraba delante de Lucio Pérez, concejal de movilidad del
Ayuntamiento de Valencia, y único edil que había conseguido colocar Nova
Esquerra en el consistorio, gracias a un pacto de legislatura con el partido
más votado. Le sorprendió al policía que su jefe fuera tan bien acompañado, de
una guapa y joven señorita a la que debía doblar en edad.
—Te han reconocido—dijo
satisfecha la joven—. No imaginé que fueras tan importante.
—En Valencia soy muy conocido.
Por mis negocios, ya sabes. El rey de la pirotecnia me dicen. ¿Pero dónde
cojones está el coche? —el concejal cogió alterado el móvil y marcó el número de
su chófer—. ¿Dónde coño se ha metido, Nelson? ¿No le dije que aparcase en la
puerta de la estación?
Nelson le explicó al jefe el
asunto de la multa y el guardia. No pudo el concejal tomar, en ese momento, represalias
contra el policía municipal, pues la joven, a la que sacaba 25 años, nada debía
saber de su militancia en Nova Esquerra. Daba la casualidad de que Paula
simpatizaba con Vieja España, un partido en ascenso situado en la otra punta ideológica
de Nova Esquerra. Así que Lucio no había tenido más remedio que hacerse pasar
por un exitoso empresario de la pirotecnia, y, por supuesto, muy de derechas. Por
fortuna, Paula era de Totana, y por aquellas tierras murcianas nadie conocía a
los ediles valencianos.
—¡Venga, a la estación del
AVE! —le ordenó Lucio al chófer, cuando por fin apareció con el Audi—. ¡Dese
prisa; si se nos escapa el próximo tren a Madrid, no nos dará tiempo a tomar el
vuelo a Berlín!
Había llegado la joven hasta
la estación del Norte desde Murcia, en el Intercity de Barcelona. Ese mismo
viernes tenían planeado Lucio y ella viajar a Berlín, para visitar la ciudad y
lo que surgiera.
—Vamos a ver los restos arqueológicos
del comunismo —le aclaró la joven al chófer, no fuera a imaginarse alguna cosa
sucia—. Ya sabe, el muro y esos edificios de estilo brutalista, que fueron concebidos
como macrogranjas humanas.
—Bueno, Paula, más bien fueron
construidos para proporcionar una solución habitacional, digna y de calidad, a los
berlineses del este —no pudo evitar contradecirla el edil. Pero enseguida se
dio cuenta de su metedura de pata, y desvió la conversación a otro tema—. Aquí,
donde le ves, Nelson tiene ascendentes del Imperio austrohúngaro. Su
tatarabuelo, por parte de padre, conducía precisamente el coche en el que iban
el archiduque y su esposa, cuando aquello del atentado de Sarajevo.
Improvisó Lucio aquel cuento
desmesurado porque se le pasó por la cabeza que tal vez le debía alguna excusa
a Paula, por tener a sueldo a un chófer mulato y extranjero.
—Sí señorita; luego del
atentado, el abuelito de mi abuelo quedó algo chamuscado, y por eso emigró a Dominicana,
pues en ese país astro húngaro eran muy racistas con las personas no tan
blancas.
Por descontado que Lucio le
había pedido a Nelson que le ayudase a encubrir su mentirijilla del falso
empresario de la pirotecnia, pero aquello del antepasado churruscado se le
antojó demasiado fantasioso.
—¡Calle y concéntrese en la
conducción! —le ordenó el concejal a su subordinado.
Lucio había conocido a Paula en
las redes sociales, gracias a un perfil falso que se abrió en Twitter, para
trolear a ciertas compañeras de su propio partido. En las redes se hacía llamar
CoheteFacha, y con ese nick les
tocaba un poco los cojones a todas esas jóvenes puritanas de su partido, que lo
acusaban, entre otras cosas, de ser demasiado tocón en las asambleas y en los
pasillos del ayuntamiento. Incluso Andrea, la que peor le caía y más ojeriza le
tenía, un día salió con el chisme de que alguien había visto su coche oficial
estacionado en el aparcamiento del Pink Flamingos, un renombrado burdel a las
afueras de Valencia. «Pues no sé con qué clase de amigotes te codearás tú, chata,
que tan bien parecen conocer todo lo que sucede en los puticlubs de Valencia»,
fue la ocurrencia con la que Lucio desacreditó y dejó en ridículo a su principal
rival en Nova Esquerra. Y es que se las sabía todas, aquel antiguo sindicalista
del gremio de los autobuseros…
Con su ingenio descarnado había
logrado seducir también, en cierto modo, a Paula, una chica de pueblo con
aspiraciones de niña pija, que ambicionaba atrapar a un marido rico y bien
relacionado. La cosa prometía para la joven, pues el mismo CoheteFacha en
persona le había invitado a pasar el fin de semana en Berlín, por supuesto que con
todos los gastos pagados. Las expectativas de Lucio, respecto a aquel viaje, eran
bien distintas: «Quiero comprobar si esa derechita canalla es más
desinhibida en la cama que mis mojigatas compañeras de la nueva izquierda». Eso
literalmente le había comentado a su chófer, en el que confiaba al cien por cien.
Al fin y al cabo, Nelson le debía el favor de haberlo colocado en el ayuntamiento. Aquel nombramiento a dedo, tan aparentemente nimio, había
supuesto un profundo debate en el partido: si bien un mulato quedaba muy bien en
los carteles electorales, había quien opinaba que podía ser contraproducente ponerlo
al volante de un coche oficial, pues los partidos rivales podrían acusar a Nova
Ezquerra de utilizar a los inmigrantes como si fueran criados.
El hecho cierto era que el
criado Nelson acababa de dejar, ya por fin, en la estación del AVE, al patrón y
a su amiguita. Pero en vez de devolver el Audi al estacionamiento del parque
móvil municipal, quiso el chófer darse un garbeo por su popular barrio, para
presumir de auto ante sus compatriotas y vecinos. Aparcó el cochazo en la misma
calle en que residía y subió a su casa, en el cuarto piso de un bloque sin
ascensor.
—¡Póngase bella y vista a los
niños, que nos vamos pal Burger King! —le ordenó a su esposa.
Luego Nelson se quitó los
zapatos y colgó en la percha el fastidioso traje con que le tocaba trabajar
cada día. Se puso una camiseta holgada de baloncesto, de los New York Knicks,
un pantalón caído que le dejaba ver las pantorrillas, y, por supuesto, sus nike.
—¿Qué, os gusta el carro de
papá? —le preguntó a los niños—. Mi amor, tú delante, a mi ladito. Vosotros detrás,
y no me pateéis los asientos que luego me toca limpiarlos.
En cuanto Nelson encendió el
motor, el tubo de escape empezó a atronar como una traca de petardos en fallas.
—¡Diablo!, ¿qué vaina es ese
ruido?
Ni cinco minutos habían tardado los
ladrones en serrar el tubo de escape para arramplar con el catalizador del Audi.
Aún pretendían los hijos de Nelson y su querida esposa que les llevase a la
hamburguesería, pero les ordenó que se bajaran inmediatamente del coche y tiraran
para la casa, pues lo urgente ahora era encontrar un taller mecánico. Se subió
en su modesto utilitario de segunda mano, y de taller en taller estuvo toda la
tarde, a ver si en alguno le hacían el favor de repararle el estropicio del
tubo de escape, antes de que su jefe regresara de Berlín.
—¡Imposible para este fin de
semana!— dictaminó el mecánico del cuarto taller que visitó—. La pieza la
tienen que traer de Alemania. Eso si quiere la original. ¿Va a necesitar
factura? Porque si lo prefiere, le puedo poner una similar de China. Pero va a
tardar igual. Pruebe en algún desguace, a ver si la encuentra.
A la mañana siguiente,
sábado, ya desde primera hora estuvo Nelson buscando la pieza por los
desguaces, sin que hubiera manera de encontrarla por ningún lado. Desesperado,
no le cupo más remedio que llamar a su jefe por teléfono, para confesarle toda
la verdad.
—¿Y a mí qué coño me cuentas
de que solo venden esa pieza en Alemania? ¿Para eso crees que he venido a
Berlín, para ponerme a buscar un catalizador? Oye, te tengo que dejar que viene
Paula, que vamos a ver si encontramos un restaurante para comer. Ya improvisaremos
algo cuando regrese. ¡Ah, y hazme un favor!: a ver si puedes conseguirte una
gorra de chófer, que la chica está muy pesada, con que deberías llevar gorra.
Ya sabes, antojos de nueva rica.
Por si fuera poco, tuvo
Nelson que pagar de su propio bolsillo una plaza de aparcamiento para estacionar el Audi, pues temió que si lo dejaba en la calle durante el resto del fin de
semana, cuando regresara su jefe no quedarían del coche ni las llantas. La
tarde del sábado la malgastó en ir de tiendas, a ver si encontraba la
caprichosa gorra de chófer con la que pretendían adornarle.
Al menos no tuvo que madrugar
el domingo. Incluso estuvo dormitando después de comer. Ya a última hora de la
tarde fue al parking a recoger el vehículo oficial, pagó el tique y, con gran
estrépito, puso rumbo a la estación del AVE. Frente a la puerta principal
estuvo esperando durante un buen rato, con su nueva gorra apretándole las ideas.
Hasta que por fin vio aparecer a Paula y a su jefe, que venían agarrados de la
mano como dos adolescentes enamorados. Se reajustó la gorra y salió a
recibirlos. Tras hacerles una ligera reverencia con la cabeza tomó las maletas
de los dos tortolitos y las metió en el amplio maletero del Audi. Luego abrió solícito
las puertas traseras del vehículo, primero la de la joven y después la del
concejal.
—Amor, te he preparado una
sorpresita —anunció Lucio a su nuevo y recién estrenado ligue, cuando ya ambos
estaban cómodamente instalados en los asientos traseros del coche—. Nelson, llévenos
a la estación del Norte, que la señorita debe regresar hoy mismo a Murcia.
En cuanto Nelson puso en
marcha el motor, el tubo de escape del coche empezó a torpedear, como era
natural. Todo el que paseaba por la acera volteaba la cabeza, para comprobar qué tipo de máquina infernal provocaba tan molesto ruido.
—¡Una mascletá, cariño, te he
preparado una mascletá! ¡Para que toda Valencia sepa que el rey de la
pirotecnia está de vuelta, pero esta vez acompañado de su nuevo amor!
Y aunque el concejal de
movilidad era consciente de que tal vez más le convenía pasar desapercibido, no
le cupo más remedio que ir dando la nota por media ciudad. Total, qué le
importaba a nadie su vida, si le daba o no por visitar, de vez en cuando, a
alguna amiga en el Pink Flamingos, o si se enrollaba ahora con una fachita
buenorra a la que doblaba en edad y de la que podría ser su padre.
Ya en el andén de la estación
del Norte, los dos enamorados se dieron un beso de despedida, corto y en los
labios. Paula partió feliz hacia su pueblo, con mil anécdotas que contar a sus
amigos: «Me tenía preparada una sorpresa que no os lo vais a creer: una ristra de
petardos tan larga que iba de una punta a otra de la ciudad». Sabía Paula que era
mentira todo aquello de la traca de petardos, pero por nada del mundo quería
apearse de su mundo de fantasía, y por eso se permitía todo tipo de
exageraciones con los amigos. «Lucio es tan original», les decía.
Sin embargo, entre las jóvenes compañeras de Nova Ezquerra, esas que tanta tirria le tenían, el halo
fantástico de Lucio no alcanzaba ni de lejos el mismo efecto que lograba con
Paula. «¡Menudo pieza estás tú hecho!», se atrevió a echarle en cara Andrea, en
la primera reunión semanal del partido. «Una pieza querrás decir, chata, y fundamental
para nuestro partido. Porque a ver si te crees que nuestros simpatizantes nos
votan por tu cara bonita». Y es que Lucio se sabía tan imprescindible para Nova Esquerra como lo era el catalizador para el tubo de escape de su coche oficial. Solo
que el concejal de movilidad, más que silenciar ninguna escandalera, producía
bastante ruido. Un ruido mediático que llevaba a que los diarios locales
hablasen de su partido, y con el que el conseguía atrapar la atención y simpatía de
ciertos electores. Pues si no de qué,
iban a votar a Nova Esquerra los estibadores del puerto, los albañiles y peones
de la construcción, o los recolectores de naranjas. Por más que le doliera a Andrea,
Lucio representaba mejor que ella, con todos sus estudios universitarios y
reivindicaciones feministas, a toda esa añeja y tosca masculinidad proletaria,
la de los obreros y jornaleros manchados de grasa y polvo, esos que ahogan sus penas entre alcohol y ocasionales visitas a puticlubs de carretera. En cierto modo Lucio
era un icono para toda esa gente, y por eso el partido hacía la vista gorda con él, por más que
su vida privada fuera tan escandalosa como una mascletá.
Desde su despacho en el
ayuntamiento, hizo Lucio llamar a su chófer. Temió Nelson que el jefe le fuera a
echar en cara el asunto del tubo de escape, pero nada más lejos de sus intenciones, el antiguo sindicalista sabía apreciar los servicios de los buenos camaradas. Abrió el concejal de par en par la ventana de su despacho, y de un
cajón de su escritorio sacó una caja de habanos. Le convidó a Nelson a uno de
aquellos puros y se encendió otro él, sin importarle que estuviera
prohibidísimo fumar en todo el recinto municipal. «Nelson, avísame en cuanto
los del taller tengan reparado el tubo de escape», tuteó al chófer. Siempre lo tuteaba, si es que le hablaba en privado. «Creo que no tardaremos en darnos un
garbeo por Totana, no vaya a ser que a Paula le dé por echarme demasiado de
menos. Ya sabes lo fogosas que son ahora todas esas jóvenes de derechas, y uno
no se puede descuidar». Temió Nelson que el jefe le acabaría estropeando sus
planes familiares para el fin de semana, pero qué le iba a hacer… Se limitó a
devolverle una sonrisa cómplice al patrón, y le dio una larga y gustosa calada
al habano. Al fin y al cabo, desde que emigró a España las cosas no le habían
ido del todo mal, y aquel trabajo era el mejor que había tenido, y que probablemente tendría, en toda su vida…
"Con su ingenio descarnado había logrado seducir también, en cierto modo, a Paula, una chica de pueblo con aspiraciones de niña pija..." Jajajajaja ¡Caramba con el "rey dela pirotecnia"!. Me queda siempre la pregunta de si los que viven tan a gusto tras la máscara, sufren las decepciones como el común de los mortales, o si sus pataletas son más bien parte del teatro.
ResponderEliminarMe ha dado un poco de pena Nelson, por el robo del catalizador. Tendría que habérselo recomprado a los que que se lo robaron. Suelen "servir" las piezas con mucha más celeridad que las casas oficiales.
No sé, pero me parece que este Lucio tendría más futuro con pez que como pescador.
Un abrazo Miguel
Supongo que los enmascarados sufrirán de verdad a ratos, y en otras ocasiones, como dices, sus pataletas formarán parte de la mascarada.
EliminarLucio, más que pez, es un tiburón, creo yo. Y a Nelson, al fin y al cabo no le van mal las cosas, pese a todo, pues algo consigue compadrear con el jefe.
Un abrazo, Loles, y gracias por leer.
Me ha gustado mucho, me he reído y sentí tristeza bpir la avaricia de la chica. En fin, como todos tus escritos me parece realista y muy bueno. Un abrazo muchacho. Mucha suerte.
ResponderEliminarSí, bueno, supongo que los sueños de cada cual están a la altura de sus ambiciones. Me alegra que te haya gustado. Gracias por leer; un abrazo.
EliminarYa lo había leído, pero volvió a gustarme tanto o más, el un viva la vida y ellas...bueno no.lo digo, lo dejo a tú imaginación
EliminarGracias por releer, un abrazo.
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