La mirada del alemán

1943, Noruega. Soldado alemán tirando fotos a dos niñas vestidas con trajes tradicionales.
1943, Noruega.
Soldado alemán sacando fotos a dos niñas vestidas con trajes tradicionales.
Fuente: ww2gallery
Lo único que sé de tu visión del mundo y de la vida, en aquella época salvaje que te tocó vivir, son unas pocas fotografías. En concreto doce, que encontré ocultas entre las pertenencias que mi abuelo dejó al morir. Estaban en el interior de una vieja caja de hojalata, junto a los negativos correspondientes y una antigua cámara Leika.

Confieso que el hallazgo generó en mí un enorme entusiasmo, pues fue el abuelo quien me inculcó la pasión por la fotografía. A su vez, supuso toda una sorpresa para mí que el abuelo nunca me hubiera mostrado las fotografías ni aquella reliquia de cámara. De cómo aquel tesoro llegó a manos del abuelo, y con él a Canadá, sólo lo he sabido gracias a alguna confesión que conseguí arrancar a mi madre posteriormente. Sólo ahora, después de atar cabos y examinar con detenimiento las fotos, creo entender la razón de por qué el abuelo decidió silenciar tu historia, ocultándola en una oxidada lata de galletas.

En la primera de las fotografías, la luz intensa y las sombras contrastadas rebelan un día primaveral, presumo que en algún lugar del norte de Francia, pues por allí anduvo el abuelo desde primeros de junio de 1944, formando parte de las tropas canadienses que desembarcaron en Normandía. Tus camaradas, vestidos con el uniforme del ejército alemán, descansan sobre un murete de ladrillos mellado por las balas, el sol iluminando sus rostros, risueños y despreocupados. Sobre el mismo murete, y al margen de toda escaramuza, se dan un respiro también sus fusiles, a un lado recostados, pero siempre dispuestos para la batalla.

En otra de las imágenes, el vino tinto ilumina los ojos pícaros y alegres de cinco soldados. Unos van en mangas de camisa, y otros, aunque con la chaqueta del uniforme, la llevan desabrochada. Una simple botella de vino, que comparten y beben a morro, les devuelve un poco de la juventud que la patria les está robando, de la misma forma en que, probablemente, se adueñaron ellos poco antes del vino francés que ahora beben. Pormenores, según para quién, de una guerra que refleja, en una sola foto, todo el hambre depredador de la especie humana...

Más imágenes: la de uno de tus camaradas acariciando a un gato recostado al sol; otra de un niño andrajoso mirándote lánguido, mientras tú, a su vez, le observas a él a través del objetivo de tu Leika. En otra de las fotografías la enormidad de un Panzer, camuflado entre ramajes, contrasta con el sutil adorno de unas cuantas florecillas silvestres. Uno foto más revela tu mirada amable, perdida en un camino que discurre entre la arboleda; a lo lejos se difumina, como en un sueño, una silueta con maneras de mujer.

En el resto de fotografías se vislumbra un tono mucho más sombrío: una procesión, por esos caminos de Dios —o del diablo—, de caras exhaustas en pos de un cañón de artillería; en otra de las imágenes, dos soldados alzan temerosos sus rostros al cielo, como implorando clemencia por los pecados cometidos. Otro foto más: en un primer término, la paz mortal de un caballo despanzurrado; en su margen, e ignorándolo, una serpiente de gorras sobre cabezas humanas repta y asciende por la sinuosa carretera. En otra de las fotos, al pie de unas botas embarradas, el boceto fugaz de un avión reflejado en un charco.

Patética es la undécima fotografía: la de un joven soldado, más bien un chiquillo arrancado a la fuerza de las aulas, ofreciendo a tu Leika la forzada mueca del niño al que acaban de dejar sin postre, por haberse cagado en los pantalones.

Y por fin, tu mirada, un tenue reflejo en primer plano sobre un vidrio. Apenas asoma por encima de tu Leika, esa mirada tuya de quien todo lo observa. Unos ojos profundos de alemán que, según me contó mi madre, mi abuelo nunca consiguió olvidar, tras mirártelos justo después de arrebatarte la Leika. La encontró dentro de un morral de soldado, el que custodiaba tu cadáver tirado sobre la cuneta. Botín de guerra, o más bien souvenir devastador, el de aquella cámara fotográfica y los negativos que contenía, que consigo trajo mi abuelo después a Canadá...

Tu mirada definitiva, alemán, se posó para siempre en la cuneta de una anónima carretera, mas al menos nos dejaste doce imágenes, para dar testimonio de lo que fuiste...

Comentarios

  1. Me gusta mucho la manera en que has ido contando el relato a través de las imágenes. También el lazo afectivo que has creado a través de la lata de galletas y de su propietario y de su mirada.
    Un abrazo Miguel

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    1. Gracias Loles. Aparte de la del alemán, muy interesante también tu mirada acerca del cuento. Me llama la atención, por ejemplo, tu observación acerca de la lata. Un abrazo para ti también.

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