Clara

Chica de espaldas mirando la cuidad de Alicante desde el castillo de Santa Bárbara
Clara frente al mundo.
Foto por su primo pequeño.
Algo tiene el ambiente del teatro, a mi parecer, de la efervescencia del champán. Algo, también, de lo empalagoso del dulce de leche. Un decorado amable que se me desvanece en cuanto se apagan las luces del escenario y enfilo el camino a casa. Será cosa de mi manera de ser; no soy muy de sumarme a nadie ni a nada...

Pese al carácter efímero de mis impresiones —un apasionado falto de pasión, eso es lo que soy—, me gustaría que tu recuerdo, Clara, encontrase acomodo, dentro de mi psique, con la obstinación con que ese novio furtivo, a escondidas, un día se cuela en el cuarto de su enamorada, y ya no hay forma de sacarlo de ahí.

Enfrento la madurez con tremenda desgana. Miro al pasado con nostalgia, por lo que suponía de posibilidad. En el horizonte, un panorama poco apetecible, ese territorio inhóspito que hemos de desandar los vencidos, la cabeza gacha, los pies arrastrando, ya de regreso a no sabemos dónde, tal vez al hogar, si es que aún nos queda algo de patria. Si acaso, tu exigua figura, Clara, ese trato tuyo tan pleno de seguridad, me han insuflado, cada sábado, algo de aquellos aires puros de cuando me sentía con ganas de ser joven...

En mi memoria me gustaría retener una porción de este tiempo en que hemos avanzado juntos; que nunca te fueras del todo, vaya, como esas evocaciones suaves y agradables que, de vez en cuando, vuelven a mí, de los veraneos adolescentes que solía pasar en el pueblo de mi madre, o de cierta chica que, en alguna que otra revuelta de la vida, decidió demorarse unas horas en mi discurso... En parte, eso ha sido el enfrentarme a tu sonrisa condescendiente de sábado en sábado: un agradable retroceder a sensaciones que, en algún lugar, había dejado casi olvidadas. Tu estampa, flaca y clara, Clara, aparecía —si es que no faltabas a clase— para transfigurarse en evocación de juventud, y me dejaba nostálgico...

Cuando las burbujas del teatro se hayan del todo desvanecido, y se amontonen los años, y sea yo muy viejo —o, al menos, lo suficiente como para que mis razonamientos se revistan de bruma—, nada desearía más que retener estos pocos fotogramas felices que me dejas, Clara, y guardarlos, ahí mezclados, en el mismo cajón en el que andan todos esos gratos recuerdos de juventud. Tal vez, para entonces, incluso me bailen en la cabeza las letras de tu nombre, y escoja yo, para recordarte, cualquier otro con idénticas consonantes, por ejemplo el de Carol, cosa que no sería novedad.

Ay, Clara, siempre tan joven, tan benévola conmigo: un bonito souvenir me has regalado, el que de ti me llevo...

Comentarios

Entradas populares