La pandereta desafinada

Pandereta a contraluz
Foto por Bob M ~
Presiento ya la Navidad, doctora Benavente. La semana pasada encendieron las primeras luces navideñas; las puedo intuir tras los barrotes de la ventana de mi habitación que, por suerte, da a la calle. Percibo también el olor de las castañas asadas. Como las que preparaba mi madre cuando era niño...

Ahora que estoy más tranquilo -recuerde que esas fueron sus palabras, en mi última evaluación- quisiera solicitar el visto bueno, a la concesión del alta provisional. Durante estas fechas que se avecinan, me gustaría pasar unos días en familia. Echo tanto de menos a mi pobre viejita, a la que temo no volver a ver en vida...

Ya ve, doctora Benavente, que sigo sus recomendaciones a rajatabla y le escribo estas líneas, para expresarle con sinceridad mis sensaciones. Como le iba diciendo, ya estoy más tranquilo. Así lo corrobora mi medicación: bien sabe, que la dosis me ha sido disminuida en las últimas semanas. Aunque para serle sincero, continúo con la misma impresión de cuando ingresé en este centro: la de que el mundo conspira contra mí. Esa sensación no ha cambiado un ápice. No me cabe la menor duda de que soy víctima de un complot. A ver qué explicación encuentra si no, en que hasta sin mi pandereta me han dejado. ¿Quién se la ha llevado, doctora, lo sabe usted? Ojalá que nadie termine alborotando con ella, no podría soportarlo...

Y no es que deteste yo, por sistema, el alboroto y las celebraciones que caen en invierno. No le tengo manía a nada en especial, doctora Benavente. Pero es que la Navidad... me desagrada hasta el tuétano. No sé... Tal vez, porque me sobrevienen demasiados recuerdos, que me percuten el cráneo con ruido de zambomba. O quizá por culpa de Papá Noel. No me cae nada bien, desde que me enteré que le inventaron su disfraz rojo para un anuncio de la Coca Cola. ¿A usted le gusta la Coca Cola, doctora? Mi madre dice que va bien para eructar...

A mí, la Coca Cola me sienta fatal, y cualquier otra bebida carbonatada. Las burbujas hinchan mi barriga como la de un oso panda, tensándola no menos que el pellejo de una pandereta. ¿Qué piensa de los osos panda, doctora? A mí me agradan, porque son como peluches tiernos...

Pero no soporto el sonsonete de una pandereta desmadrada. Ni el ruido de panderos ni tambores, ni, por supuesto, el de los petardos. En Navidad, a todo el mundo le da por tirar petardos, y de armar jarana con villancicos de borrachos. Qué humanidad, tan molesta... La gente acalla sus penas con el estrépito, y las ahoga bajo un burbujeo de cava y Coca Cola. Y mientras lo hacen, a mí me martirizan.

¿Sabe usted de dónde se obtiene el cuero para fabricar panderetas? ¿Se lo ha preguntado alguna vez, doctora Benavente? ¿Acaso soy el único que se ha formulado esa pregunta? Se saca del pellejo de los animales. Por ejemplo, de los pobres osos panda. Me parece un asunto macabro y contradictorio, el hecho de arrancar a jirones la piel de un inocente bicho para que los tiernos infantes -terribles, diría yo-, acaben aporreándola con sus manitas. Y de paso, atronando mis oídos...

Sí, doctora; los niños y la Navidad parecen dos asuntos de la vida que no se entienden el uno sin el otro. No me cabe la menor duda: la Navidad es un teatrillo en que los niños, actores principales, conspiran en mi contra. Por eso no los soporto. Me parecen personajillos tan terribles como caprichosos, que no hacen otra cosa sino alborotar. Panderetas y petardos, en sus manos, son armas de destrucción masiva para el sosiego de mis días. Me cuesta evocar mi infancia, doctora, porque no soporto al niño que fui. Aún me avergüenzo del día en que no paré de berrear porque mi madre no quiso comprarme una pandereta de auténtico pellejo. Nunca se lo perdoné, doctora, nunca... Todos mis amigos tenían una pandereta de piel curtida, mientras que yo me tuve que conformar con aquel sucedáneo de plástico que me regaló mi madre...

Ojalá los niños nacieran ya siendo viejos: así nos evitaríamos la molestia de aguantarlos. ¿Sabe doctora que, cuando los viejos chochean, no le van a la zaga a los chiquillos? Mi madre, sin ir más lejos; la última vez que la vi no paró de molestarme. Al menos, a los ancianos les puedes dar cuatro pastillas, para que se calmen... Te dejan en paz. Cuando se quedan dormidos, son tiernos, igual que osos pandas. Doctora, ¿alguna vez ha imaginado el enorme pandero que podría fabricarse con el pellejo de un oso panda?

Y sin embargo, la piel fina y delicada de un muchacho no serviría ni para fabricar media pandereta. Además, no está bien visto medicar a los niños, así porque sí... Porque no los vas a despellejar vivos... Al menos a mí no se me ocurriría; no soy ningún sádico... No, doctora. Pero convendría calmarlos de alguna manera, porque sobreexcitan a sus abuelos. ¿Ha visto doctora el revuelo que arman los viejos durante las cabalgatas de Reyes Magos? Acaparan caramelos para sus nietos como si les lanzaran panecillos en tiempo de guerra. Incluso se aventuran a recogerlos hasta casi debajo de los neumáticos de los enormes camiones que transportan a los Magos de Oriente. ¿Ha estado en alguna de esas cabalgatas, doctora, sabe de lo que le hablo? No se imagina cuántas veces he deseado conducir uno de esos camiones...

Por navidades los papás trabajan, mientras que sus hijos, de vacaciones escolares, haraganean por las calles importunando a los viandantes, pidiéndoles el aguinaldo. Son los abuelos quienes se hacen cargo de los nietos. Así le va a la sociedad, pues los ancianos son consentidores con los caprichos de sus nietos. ¿Sabe doctora qué les compran, con las cuatro perras de sus miserables pensiones? Instrumentos y cachivaches para armar escándalo, como si la dimensión del ruido agrandara la del regalo: matracas y panderetas, panderos, zambombas, petardos y bombetas... ¡Y matasuegras! ¿Pero qué nombre es ése, tan burlesco y desproporcionado? Aunque quizá no sea tan desafortunado: significa "matar a las suegras". Nunca me había parado a pensarlo... Porque las suegras siempre son viejas. "Mataviejas", podrían haber llamado al matasuegras; o mejor aún, "matachiquillos"... Sí, no suena tan mal...

Lo que no suena nada bien es el sonido de los matasuegras en cuestión. ¡Espirales diabólicas, juguetes molestos donde los haya...! Deberían estar prohibidos, por el organismo internacional competente en asuntos navideños... Pero como le venía diciendo, doctora, nada puedo esperar, pues el mundo conspira contra mí...

No sé qué me pasa, doctora Benavente, que en cuanto percibo desde mi habitación el aliento gélido de la Navidad, me entra cierta morriña y me acuerdo de mi madre. La cabeza se me sube a las burbujas de la Coca Cola, y veo alucinaciones, osos panda atormentándome los oídos con sus matasuegras... Será porque temo que el estrépito y el desenfado inminente liquiden mi paz interior. ¿Cuál es su villancico preferido, doctora? El mío, Noche de paz.

Pero de momento, doctora Benavente, yo estoy tranquilo, se lo prometo; ya me lo dijo usted la última vez que nos vimos, ¿lo recuerda? Por eso confío en que su informe sea favorable, que me permitan durante estas navidades darme una escapadita para llevarle flores a mi madre. O por lo menos, a ver si me devuelven mi pandereta, no me importa si está desafinada. ¿Qué hicieron con ella, doctora? Me traía tantos recuerdos de mamá...

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