El uniforme de Nicoleta
Nicoleta Ionesco llegó a la cafetería 15 minutos antes del cambio de turno. Odiaba llegar tan pronto al trabajo, porque entonces le tocaba aguantar las charlas del señor Benito, su jefe, un gallego con sorna al que le gustaba entrometerse en la vida de todo el mundo, y especialmente en la de Nicoleta. Pero aquella tarde el transporte público fluyó más rápido que de costumbre, y no le cupo más remedio que tener ración doble, y por adelantado, de las impertinentes observaciones de don Benito.
-Hoy llega muy pronto, señorita Ionesco, ¿es que le trajo tu novio?
-¿De qué novio me habla?
-¿Pero es que no tiene novio aún? No está bien que una chica tan guapa ande desparejada. Se le va a apolillar la juventud, mi querida Nicoletina.
Odiaba que el señor Benito la llamase con aquel diminutivo tan particular, y sobre todo que se tomase tanta confianza.
-No me moleste, ande, por favor.
Don Benito amontonaba una buena pila de años, casi tantos como los que llevaba en el ejercicio de su profesión. No conocía otro mundo más que su cafetería, y con el tiempo había llegado a encontrar los pocos alicientes que le ofrecía una vida entregada a su propio negocio. Disfrutaba de veras molestando al personal que tenía a su cargo, y jugueteaba con sus súbditos como si fuera un gato con sus ratones.
-Nicoletina, ahí os dejé los nuevos uniformes. Los elegí yo personalmente. El de la derecha es el de la María; el de la izquierda, es el que reservé para usted.
Nicoleta cogió con desgana la bolsa que el jefe señalaba. Del interior sacó una camisa blanca, que se probó por encima, antes de ir al baño para enfundársela.
-¡Esto es una mierda de pequeño! -se lamentó cuando estuvo frente espejo- ¡Será hijo de puta el viejo!
La camisa le apretaba, y se sentía incómoda. Además, para su gusto, los pechos se le contorneaban más de la cuenta. La camarera salió airada del minúsculo cuarto de aseo.
-Benito, ¿no tendrá una talla más grande?
-No, esa es la talla que traje para usted. Claro, que si quiere ponerse la de la María, yo no tengo inconveniente, pero usted verá, porque es un número menor. No sé por qué pone tanta pega; yo veo que le cae muy bien. Y luego dirá que no me preocupo por su bienestar -sonrió-. Nicoletina, va a ver cómo ahora, con ese uniforme tan bonito, no tarda en salirle un novio en la cafetería.
Nicoleta miró al viejo con ojos de loba, por un lado temerosa, pero por otro dispuesta a darle una dentellada ante el menor descuido.
Minutos más tarde, tan impuntual como siempre, hizo acto de presencia María, la compañera de reparto de Nicoleta en el turno de tarde.
-¿Con qué excusa me va a salir esta vez? -le echó en cara el señor Benito en cuanto la vio aparecer por la puerta.
-No me va a creer, jefe, pero venía super pronto, y por la megafonía del metro nos pidieron que desalojásemos el vagón. Y el siguiente, no sé cuánto se tardó en llegar...
El señor Benito hizo una mueca de resignación, pues sabía que a su empleada le resbalaba todo lo que él pudiera decirle.
María echó una mirada furtiva buscando la complicidad de Nicoleta, pero la vehemencia con la que ésta fregoteaba los cacharros era señal de que andaba furiosa, y no obtuvo más que un reproche por respuesta:
-Siempre me toca hacer todo el trabajo a mí. Anda, date prisa, que hay clientes esperando y no doy abasto. El viejo ha traído uniformes nuevos; el tuyo lo tienes al lado del refrigerador.
-Pues yo sólo veo a un tipo en la mesa cinco, que ya podías aparcar lo que andas haciendo y atenderlo tú.
María recogió su camisa y se internó en el baño. El cliente de la mesa cinco seguía esperando, mientras garabateaba algo en un cuaderno. Era un muchacho con vocación de escritor, tan joven como las camareras, al que le gustaba merodear por aquí y por allá, oteando el paisanaje y cotilleando conversaciones ajenas que le pudieran ofrecer algo de inspiración. De momento, aquella cafetería semi desierta, no le brindaba un horizonte esperanzador.
El joven levantó la vista de su cuaderno, y escudriñó el panorama para ver si alguien le atendía. Detrás de la barra del bar, don Benito estaba de espaldas hablando por teléfono. La camarera andaba cerca e iba y venía, tan atareada en sus afanes, que parecía que no le hubiera visto. El muchacho ya empezaba a sentir cierto desamparo, cuando Nicoleta alzó la cabeza y su mirada se cruzó con la de él. La camarera se quedó sin excusas, y no le cupo más remedio que acercarse hacia la mesa cinco para atender al cliente.
-¿Qué va a tomar el caballero? -preguntó con parquedad Nicoleta.
La mirada del chico se desvió hacia el pecho de la chica, en un gesto instintivo e inevitable que molestó a Nicoleta y ruborizó al propio muchacho.
-Un café. Mmmm... ¡Solo!.
Nicoleta anotó el pedido en una libreta, y después se volteó para tomar el camino hacia la barra con pasos enérgicos.
-¡Con hielo! -apostilló el muchacho. Y después, hizo como que continuaba escribiendo en su cuaderno, aunque en realidad sólo era capaz de dibujar circulitos concéntricos, pues azorado como estaba no podía concentrarse.
-¡Un café solo para la mesa cinco! ¡Con hielo! ¡Con mucho hielo, que el chico está caliente!
-¿Ve, señorita Ionesco? -dijo don Benito- Le saldrá un novio pronto, ya lo verá...
-¿Para qué tuve que decir nada? -se lamentó Nicoleta.
María por fin salió del cuarto de baño.
-Ya era hora, señorita, ¿se perdió en el baño? -le reprochó su compañera.
-¿Qué tal me queda el uniforme? ¿Un poco apretado, no?
María era casi tan plana como una tabla de planchar, y en los confines de aquella camisa, que también le quedaba demasiado ceñida, sus pechos apenas se marcaban como dos leves bultitos sin ninguna prominencia.
-¡Mejor que a mí!
-¿Qué dices, Nicoleta? A ti, la camisa nueva, te realza el busto. ¡Ojalá tuviera yo unas tetas como las tuyas!
-Anda, calla, no digas cosas estúpidas, y atiende a la loca, que acaba de entrar por la puerta.
"La loca", como así la llamaban, era una clienta habitual. Tarde sí, y tarde también, acudía a por su Coca Cola y su ración de patatas fritas, que devoraba compulsivamente en un visto y no visto. Antes de verter la Coca Cola, gastaba más de veinte servilletas en relimpiar el vaso, y como nunca quedaba de su gusto, siempre terminaba pidiendo que se lo cambiaran, en un eterno ceremonial que repetía todas las tardes.
-Atiende a la loca tú -se defendió María-. La última vez, me tocó aguantarla a mí.
-El café solo, con muuuuuucho hielo, para el joven caliente de la mesa cinco -medió el viejo.
-¡Uy, qué chico más interesante! Trae, ya se lo llevo yo.
María arrebató la bandeja con el café en las mismísimas narices de Nicoleta, mientras le hacía una mueca burlona. Ésta apretó rabiosa su mandíbula, y con una mirada de ceño fruncido, taladró el rostro bobalicón de su compañera. En el fondo, a Nicoleta le traía sin cuidado servir o no servir el café al muchacho de la mesa cinco, pero no le apetecía nada atender a "la loca".
-Buenas tardes, ¿qué va a tomar?
-Una Coca Cola. Perdona que sea tan sincera contigo, pero esa camisa te está pequeña. Es que yo soy muy directa, y lo que pienso, no me lo puedo callar. ¿Me puedes traer unas patatas? ¡Y unas servilletas, que tenéis el servilletero vacío!
Por si fuera poco, ahora "la loca" salía con un alarde de sinceridad arrebatadora. Estaba visto que aquella no era la tarde de Nicoleta.
-Aquí tiene, señorita Ionesco, la Coca Cola, con sus patatitas fritas y unas servilletas -don Benito lo tenía ya todo preparado-. Mire a esa, su compañera, que le va a quitar el novio a usted si no espabila...
María parloteaba sonriente con el escritor de la mesa cinco, que parecía más entretenido en observar disimuladamente a Nicoleta, que en las razones entusiastas que María le largaba.
-¡Y a mí qué! -protestó Nicoleta-. Mejor para ella...
"La loca" comenzó su ritual de limpieza exhaustiva, y no paró quieta con el vaso hasta agotar todas las servilletas.
-¡Por favor, chica!, ¿me puedes traer un vaso que esté limpio?
Nicoleta se acercó con otro vaso.
-Es que éste estaba mugriento, perdona que sea tan sincera.
La camarera retiró con resignación el presunto vaso sucio.
-¿Qué, Nicoletina? ¿Qué le contó esta vez la loca? ¿Le calentó la cabeza? Si hubiera atendido al muchacho de la mesa cinco... Mire que perdió una oportunidad de oro para echarse novio... Pero la María se le adelantó, esa sí que no pierde bocado... Sonriente, aquí viene...
-¡Nicoleta, Nicoleta...! No te vas a creer. El chico de la mesa cinco dice que es escritor. ¡Más majo...! Escritor aficionado, dice que es. ¿No le ves ahí, con su cuaderno? Puede que aficionado, pero escritor a fin de cuentas. Yo le he dicho que me meta en una de sus historias, y me ha dicho que quizá. ¿Y sabes qué? Que me preguntó también por ti, que si siempre eras tan seria. Y que cómo te llamabas.
-¿Ve, Nicoletina? El chico interesado por usted, y usted sin hacerle ni caso...
-"Nicoleta Ionesco", le he dicho. Y que bueno, algo seria sí que eres, pero no tanto como hoy, que andas encabronada no sé por qué.
-¿Y qué le importa a él -explotó Nicoleta-, cómo me llamo y si ando seria o no? ¿Para qué le tienes tú que contar nada sobre mí?
El muchacho de la mesa cinco observó un instante al trío que animosamente conversaba junto a la barra. Dio un pequeño sorbito a su café, y anotó en el cuaderno: "El uniforme de Nicoleta". Y tras decidir el título, comenzó a escribir de manera resuelta el relato de aquella tarde...
-Hoy llega muy pronto, señorita Ionesco, ¿es que le trajo tu novio?
-¿De qué novio me habla?
-¿Pero es que no tiene novio aún? No está bien que una chica tan guapa ande desparejada. Se le va a apolillar la juventud, mi querida Nicoletina.
Odiaba que el señor Benito la llamase con aquel diminutivo tan particular, y sobre todo que se tomase tanta confianza.
-No me moleste, ande, por favor.
Don Benito amontonaba una buena pila de años, casi tantos como los que llevaba en el ejercicio de su profesión. No conocía otro mundo más que su cafetería, y con el tiempo había llegado a encontrar los pocos alicientes que le ofrecía una vida entregada a su propio negocio. Disfrutaba de veras molestando al personal que tenía a su cargo, y jugueteaba con sus súbditos como si fuera un gato con sus ratones.
-Nicoletina, ahí os dejé los nuevos uniformes. Los elegí yo personalmente. El de la derecha es el de la María; el de la izquierda, es el que reservé para usted.
Nicoleta cogió con desgana la bolsa que el jefe señalaba. Del interior sacó una camisa blanca, que se probó por encima, antes de ir al baño para enfundársela.
-¡Esto es una mierda de pequeño! -se lamentó cuando estuvo frente espejo- ¡Será hijo de puta el viejo!
La camisa le apretaba, y se sentía incómoda. Además, para su gusto, los pechos se le contorneaban más de la cuenta. La camarera salió airada del minúsculo cuarto de aseo.
-Benito, ¿no tendrá una talla más grande?
-No, esa es la talla que traje para usted. Claro, que si quiere ponerse la de la María, yo no tengo inconveniente, pero usted verá, porque es un número menor. No sé por qué pone tanta pega; yo veo que le cae muy bien. Y luego dirá que no me preocupo por su bienestar -sonrió-. Nicoletina, va a ver cómo ahora, con ese uniforme tan bonito, no tarda en salirle un novio en la cafetería.
Nicoleta miró al viejo con ojos de loba, por un lado temerosa, pero por otro dispuesta a darle una dentellada ante el menor descuido.
Minutos más tarde, tan impuntual como siempre, hizo acto de presencia María, la compañera de reparto de Nicoleta en el turno de tarde.
-¿Con qué excusa me va a salir esta vez? -le echó en cara el señor Benito en cuanto la vio aparecer por la puerta.
-No me va a creer, jefe, pero venía super pronto, y por la megafonía del metro nos pidieron que desalojásemos el vagón. Y el siguiente, no sé cuánto se tardó en llegar...
El señor Benito hizo una mueca de resignación, pues sabía que a su empleada le resbalaba todo lo que él pudiera decirle.
María echó una mirada furtiva buscando la complicidad de Nicoleta, pero la vehemencia con la que ésta fregoteaba los cacharros era señal de que andaba furiosa, y no obtuvo más que un reproche por respuesta:
-Siempre me toca hacer todo el trabajo a mí. Anda, date prisa, que hay clientes esperando y no doy abasto. El viejo ha traído uniformes nuevos; el tuyo lo tienes al lado del refrigerador.
-Pues yo sólo veo a un tipo en la mesa cinco, que ya podías aparcar lo que andas haciendo y atenderlo tú.
María recogió su camisa y se internó en el baño. El cliente de la mesa cinco seguía esperando, mientras garabateaba algo en un cuaderno. Era un muchacho con vocación de escritor, tan joven como las camareras, al que le gustaba merodear por aquí y por allá, oteando el paisanaje y cotilleando conversaciones ajenas que le pudieran ofrecer algo de inspiración. De momento, aquella cafetería semi desierta, no le brindaba un horizonte esperanzador.
El joven levantó la vista de su cuaderno, y escudriñó el panorama para ver si alguien le atendía. Detrás de la barra del bar, don Benito estaba de espaldas hablando por teléfono. La camarera andaba cerca e iba y venía, tan atareada en sus afanes, que parecía que no le hubiera visto. El muchacho ya empezaba a sentir cierto desamparo, cuando Nicoleta alzó la cabeza y su mirada se cruzó con la de él. La camarera se quedó sin excusas, y no le cupo más remedio que acercarse hacia la mesa cinco para atender al cliente.
-¿Qué va a tomar el caballero? -preguntó con parquedad Nicoleta.
La mirada del chico se desvió hacia el pecho de la chica, en un gesto instintivo e inevitable que molestó a Nicoleta y ruborizó al propio muchacho.
-Un café. Mmmm... ¡Solo!.
Nicoleta anotó el pedido en una libreta, y después se volteó para tomar el camino hacia la barra con pasos enérgicos.
-¡Con hielo! -apostilló el muchacho. Y después, hizo como que continuaba escribiendo en su cuaderno, aunque en realidad sólo era capaz de dibujar circulitos concéntricos, pues azorado como estaba no podía concentrarse.
-¡Un café solo para la mesa cinco! ¡Con hielo! ¡Con mucho hielo, que el chico está caliente!
-¿Ve, señorita Ionesco? -dijo don Benito- Le saldrá un novio pronto, ya lo verá...
-¿Para qué tuve que decir nada? -se lamentó Nicoleta.
María por fin salió del cuarto de baño.
-Ya era hora, señorita, ¿se perdió en el baño? -le reprochó su compañera.
-¿Qué tal me queda el uniforme? ¿Un poco apretado, no?
María era casi tan plana como una tabla de planchar, y en los confines de aquella camisa, que también le quedaba demasiado ceñida, sus pechos apenas se marcaban como dos leves bultitos sin ninguna prominencia.
-¡Mejor que a mí!
-¿Qué dices, Nicoleta? A ti, la camisa nueva, te realza el busto. ¡Ojalá tuviera yo unas tetas como las tuyas!
-Anda, calla, no digas cosas estúpidas, y atiende a la loca, que acaba de entrar por la puerta.
"La loca", como así la llamaban, era una clienta habitual. Tarde sí, y tarde también, acudía a por su Coca Cola y su ración de patatas fritas, que devoraba compulsivamente en un visto y no visto. Antes de verter la Coca Cola, gastaba más de veinte servilletas en relimpiar el vaso, y como nunca quedaba de su gusto, siempre terminaba pidiendo que se lo cambiaran, en un eterno ceremonial que repetía todas las tardes.
-Atiende a la loca tú -se defendió María-. La última vez, me tocó aguantarla a mí.
-El café solo, con muuuuuucho hielo, para el joven caliente de la mesa cinco -medió el viejo.
-¡Uy, qué chico más interesante! Trae, ya se lo llevo yo.
María arrebató la bandeja con el café en las mismísimas narices de Nicoleta, mientras le hacía una mueca burlona. Ésta apretó rabiosa su mandíbula, y con una mirada de ceño fruncido, taladró el rostro bobalicón de su compañera. En el fondo, a Nicoleta le traía sin cuidado servir o no servir el café al muchacho de la mesa cinco, pero no le apetecía nada atender a "la loca".
-Buenas tardes, ¿qué va a tomar?
-Una Coca Cola. Perdona que sea tan sincera contigo, pero esa camisa te está pequeña. Es que yo soy muy directa, y lo que pienso, no me lo puedo callar. ¿Me puedes traer unas patatas? ¡Y unas servilletas, que tenéis el servilletero vacío!
Por si fuera poco, ahora "la loca" salía con un alarde de sinceridad arrebatadora. Estaba visto que aquella no era la tarde de Nicoleta.
-Aquí tiene, señorita Ionesco, la Coca Cola, con sus patatitas fritas y unas servilletas -don Benito lo tenía ya todo preparado-. Mire a esa, su compañera, que le va a quitar el novio a usted si no espabila...
María parloteaba sonriente con el escritor de la mesa cinco, que parecía más entretenido en observar disimuladamente a Nicoleta, que en las razones entusiastas que María le largaba.
-¡Y a mí qué! -protestó Nicoleta-. Mejor para ella...
"La loca" comenzó su ritual de limpieza exhaustiva, y no paró quieta con el vaso hasta agotar todas las servilletas.
-¡Por favor, chica!, ¿me puedes traer un vaso que esté limpio?
Nicoleta se acercó con otro vaso.
-Es que éste estaba mugriento, perdona que sea tan sincera.
La camarera retiró con resignación el presunto vaso sucio.
-¿Qué, Nicoletina? ¿Qué le contó esta vez la loca? ¿Le calentó la cabeza? Si hubiera atendido al muchacho de la mesa cinco... Mire que perdió una oportunidad de oro para echarse novio... Pero la María se le adelantó, esa sí que no pierde bocado... Sonriente, aquí viene...
-¡Nicoleta, Nicoleta...! No te vas a creer. El chico de la mesa cinco dice que es escritor. ¡Más majo...! Escritor aficionado, dice que es. ¿No le ves ahí, con su cuaderno? Puede que aficionado, pero escritor a fin de cuentas. Yo le he dicho que me meta en una de sus historias, y me ha dicho que quizá. ¿Y sabes qué? Que me preguntó también por ti, que si siempre eras tan seria. Y que cómo te llamabas.
-¿Ve, Nicoletina? El chico interesado por usted, y usted sin hacerle ni caso...
-"Nicoleta Ionesco", le he dicho. Y que bueno, algo seria sí que eres, pero no tanto como hoy, que andas encabronada no sé por qué.
-¿Y qué le importa a él -explotó Nicoleta-, cómo me llamo y si ando seria o no? ¿Para qué le tienes tú que contar nada sobre mí?
El muchacho de la mesa cinco observó un instante al trío que animosamente conversaba junto a la barra. Dio un pequeño sorbito a su café, y anotó en el cuaderno: "El uniforme de Nicoleta". Y tras decidir el título, comenzó a escribir de manera resuelta el relato de aquella tarde...
aaaay nicoleta!!!
ResponderEliminarjeje