Sociedad de pachanga
De pequeño soñaba con jugar tal vez en el Real Madrid. Y mirándolo
jugar, con el énfasis que ponía, se podría decir que aquel sueño permanecía
inalterable a sus 32 años. Ponía todo su empeño y habilidad, y hasta se podría decir
que destacaba en aquellas pachanguitas futboleras. Porque Nicola era todo un jugón...
Los equipos se formaban justo antes de comenzar el partido. Casi siempre constituían auténticos grupos de interés que acaban siendo un reflejo de la sociedad tal cual era. A veces los miembros de cada equipo eran elegidos al azar. Pero cuando los jugadores se convertían en habituales, todos conocían las virtudes y carencias futboleras de cada cual, con lo que todo el mundo hacía lo posible por jugar con quien se sentía más agusto. Lo cual, por otra parte era un comportamiento de lo más natural. Como en toda sociedad, los más problemáticos, aquellos que armaban bronca o jugaban sucio, eran relegados enseguida, y nadie quería jugar con ellos. En ocasiones ocurría todo lo contrario, y sus malas artimañas acababan enmarañando a todos en un juego brusco.
Otro caso era el de los que peor jugaban: casi nadie les pasaba el balón, y mucho menos si eran chica. El caso de las féminas en un mundo de hombres era paradójico. Porque los chicos estaban encantados con jugar de vez en cuando con chicas. Pero aquellas sociedades de pachanga perseguían sobre todo un objetivo: ganar. Y a menos que la chica fuera lo bastante hábil no recibía ni un pase de sus compañeros. Con lo cual las chicas no volvían más para desgracia de los muchachos.
Nadie quería ponerse de portero, así que echaban a suerte a quién le tocaba, y luego se iban turnando. Siempre había algún listo que se escaqueaba con algún cuento. Resultaba patético cuando la portería se quedaba vacía porque al que le tocaba en turno se hacía el disimulado. Entonces en la portería desamparada metían un gol desde lejos y a todo el equipo se le quedaba cara de tonto por culpa del que sólo cogía turno para pasarse de listo.
Y la mayoría querían jugar de delanteros. En los partidos se marcaban muchos goles, porque las defensas, como si de un partido de niños se tratara, siempre estaban despobladas. Nicola, por supuesto que jugaba siempre de delantero, y bajaba poco a defender. Acariciaba el balón, engatusaba al defensor de turno enseñándole la pelota, para luego escamoteársela ante sus ojos. Podría decirse que Nicola era un trilero del área. Y como a todo trilero, para él el juego iba bien si él metía muchos goles. Y si a su equipo le metían el doble la culpa era de sus compañeros, que no defendían.
A veces Nicola tenía un día torpe. Ya podían doblarle sus compañeros por izquierda o por derecha, que aun estando solos y demarcardos nunca les pasaba el balón al primer toque. Porque Nicola nunca pasaba sin intentar primero su escamoteo habitual. Si el regate le salía nadie le podía echar en cara su individualismo. Es más, se erigía en el héroe del partido, tan simples eran las sociedades de pachanga. Pero si por ejemplo tenía ante él un defensa excepcional y perdía todos los balones, una y otra vez, todos le reprochaban y caía entonces de su pedestal. En esas ocasiones Nicola no aceptaba las críticas y no paraba de refunfuñar.
Un sociólogo encontraría un auténtico campo de estudio y experimentación en las sociedades de pachanga. Los individuos se desenvuelven en torno a unos mismos fines: pasar un rato entretenido, mantenerse en forma y sobre todo ganar. Si todos quieren ser reconocidos y obtener su premio, el equipo ha de fomentar el juego colectivo. Pero en algunos equipos sólo priman los intereses de unos pocos, mientras el resto quedan insatisfechos.
Para bien o para mal, las microsociedades pachangueras se disuelven cuando el partido llega a su fin. Aunque los mismos roles usualmente terminan repitiéndose, con la llegada de un nuevo partido será como si ocurriera una revolución. Al menos los que quedaron insatisfechos podrán soñar en que la utopía social se alcanzará en la próxima pachanga...
Los equipos se formaban justo antes de comenzar el partido. Casi siempre constituían auténticos grupos de interés que acaban siendo un reflejo de la sociedad tal cual era. A veces los miembros de cada equipo eran elegidos al azar. Pero cuando los jugadores se convertían en habituales, todos conocían las virtudes y carencias futboleras de cada cual, con lo que todo el mundo hacía lo posible por jugar con quien se sentía más agusto. Lo cual, por otra parte era un comportamiento de lo más natural. Como en toda sociedad, los más problemáticos, aquellos que armaban bronca o jugaban sucio, eran relegados enseguida, y nadie quería jugar con ellos. En ocasiones ocurría todo lo contrario, y sus malas artimañas acababan enmarañando a todos en un juego brusco.
Otro caso era el de los que peor jugaban: casi nadie les pasaba el balón, y mucho menos si eran chica. El caso de las féminas en un mundo de hombres era paradójico. Porque los chicos estaban encantados con jugar de vez en cuando con chicas. Pero aquellas sociedades de pachanga perseguían sobre todo un objetivo: ganar. Y a menos que la chica fuera lo bastante hábil no recibía ni un pase de sus compañeros. Con lo cual las chicas no volvían más para desgracia de los muchachos.
Nadie quería ponerse de portero, así que echaban a suerte a quién le tocaba, y luego se iban turnando. Siempre había algún listo que se escaqueaba con algún cuento. Resultaba patético cuando la portería se quedaba vacía porque al que le tocaba en turno se hacía el disimulado. Entonces en la portería desamparada metían un gol desde lejos y a todo el equipo se le quedaba cara de tonto por culpa del que sólo cogía turno para pasarse de listo.
Y la mayoría querían jugar de delanteros. En los partidos se marcaban muchos goles, porque las defensas, como si de un partido de niños se tratara, siempre estaban despobladas. Nicola, por supuesto que jugaba siempre de delantero, y bajaba poco a defender. Acariciaba el balón, engatusaba al defensor de turno enseñándole la pelota, para luego escamoteársela ante sus ojos. Podría decirse que Nicola era un trilero del área. Y como a todo trilero, para él el juego iba bien si él metía muchos goles. Y si a su equipo le metían el doble la culpa era de sus compañeros, que no defendían.
A veces Nicola tenía un día torpe. Ya podían doblarle sus compañeros por izquierda o por derecha, que aun estando solos y demarcardos nunca les pasaba el balón al primer toque. Porque Nicola nunca pasaba sin intentar primero su escamoteo habitual. Si el regate le salía nadie le podía echar en cara su individualismo. Es más, se erigía en el héroe del partido, tan simples eran las sociedades de pachanga. Pero si por ejemplo tenía ante él un defensa excepcional y perdía todos los balones, una y otra vez, todos le reprochaban y caía entonces de su pedestal. En esas ocasiones Nicola no aceptaba las críticas y no paraba de refunfuñar.
Un sociólogo encontraría un auténtico campo de estudio y experimentación en las sociedades de pachanga. Los individuos se desenvuelven en torno a unos mismos fines: pasar un rato entretenido, mantenerse en forma y sobre todo ganar. Si todos quieren ser reconocidos y obtener su premio, el equipo ha de fomentar el juego colectivo. Pero en algunos equipos sólo priman los intereses de unos pocos, mientras el resto quedan insatisfechos.
Para bien o para mal, las microsociedades pachangueras se disuelven cuando el partido llega a su fin. Aunque los mismos roles usualmente terminan repitiéndose, con la llegada de un nuevo partido será como si ocurriera una revolución. Al menos los que quedaron insatisfechos podrán soñar en que la utopía social se alcanzará en la próxima pachanga...
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