El niño bueno

El tren me trasladaba a Alcalá del Henares rumbo a la universidad. A las 5 empezaban mis clases del CAP, ese curso de formación que pretende habilitar a licenciados e ingenieros para impartir clases en educación secundaria. Según mi parecer, un curso que no pasa de ser un mero trámite formal como tanto otros, aunque aquí se pone en juego la formación de nuestros chavales. Y en juego se queda...

Entre el sopor de la siesta y el monótono traqueteo el tren me adormecía. A mi lado un par de asientos vacíos, que fueron ocupados por una madre y su hijo. En el sillón del niño habían abandonado un periódico gratuito de esos que nos ayudan a pasar el rato cuando vamos rumbo al trabajo. El niño, de unos 10 años y carita de bueno, avisó a su madre de la existencia del periódico. La madre se lo confiscó con presteza y comenzó a leerlo.

El viaje transcurría sin más. El niño bueno descrubrió para sí, para su madre y para mí mismo un cartelito en la pared que advertía que no se dejaran periódicos abandonados en los asientos del tren. Más que advertir estos carteles nos ruegan, nos invitan a, pues la gente, altanera y regia como ellos mismos, se rige por su propia conveniencia y voluntad.

Tras la información, la señora asintió al niño con gesto magnánimo y continuó leyendo el periódico. Por mi parte, yo leía, una vez más, otro de los libros de García Márquez, mi escritor favorito. El niño a su vez, vocalizando silenciosamente las palabras, se entrenía leyendo en la portada el título de mi libro, "Noticia de un secuestro". El tren, acogedor y tranquilo, quedaba convertido en improvisada biblioteca.

Por fin llegamos a Alcalá y todos nos dispusimos a abandonar el tren. La madre, con gesto habitual, dejó en el asiento el periódico prestado, pero enseguida el niño bueno le hizo recordar el cartelito de la pared. "¿Qué?", dijo displicente la madre. El niño volvió a señalar el cartel. "Haz lo que quieras", respondió la mujer con gesto de resignación.

La madre, el hijo y yo nos apeamos del tren. El niño bueno llevaba el periódico en las manos. Yo me quedé con cierto sabor agridulce por el gesto poco ejemplarizante de la madre pero reconfortado por la rectitud del chaval. Y con la misma determinación interior del niño, fui camino de ese curso que me parece comparable a la actitud de la madre. ¿Acaso hay algún método de enseñanza mejor que el de educar con el ejemplo?

Comentarios

  1. es curioso como hoy en dia se le echa la culpa a los profesores de la falta de educacion de los alumnos que estan por civilizar, y no nos damos cuenta que educar educamos todos con cada cosa que hacemos y que esto incluye como parte fundamental a las familas que cada día sea por un motivo u otro se desentienden más de este plano cargando toda responsabilidad en un equipo de docentes que malamente puede hacerse cargo de todo.

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  2. ¡Hola pequeña hada alegre, qué bien que hayas venido! Hoy es jueves, y pregunté al viento: ¿qué tal va la venta? El viento no me contestó, pero el martes le preguntaré lo mismo, a ver qué me dice... :o)

    Pues sí, chica. Lo de la educación, mmm, no sé. Somos unos flojos, tanto padres, como profesores... y tíos. A mí me toca por lo de tío. Y la sociedad, claro, y el sistema económico... A todos nos toca y queda tanto que hacer.

    Yo soy un flojo en lo del tema educativo... Pero al menos soy consciente de ello y ni tengo hijos ni alumnos. Una vez que elijo ese papel, uno debería ejercerlo. El oficio de tío me vino dado, claro; hago lo que puedo...

    Pues nada chica... Un abrazo y gracias por venir. Vete por la sombra...

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