Por este rumbo sin rumbo

Foto por Melvin Abraham
Sinceramente, ya no albergo duda alguna de que andamos extraviados. Para ser más precisos, fui yo el que cometió cierto desvarío en los cálculos del rumbo...

Hará cerca de dos meses que me di cuenta de mi craso error. Pero preferí continuar como si nada, sin comentárselo a nadie. Y mucho menos al capitán, un advenedizo consentido de la reina, poco dado a la comprensión ajena y que casi nada sabe de los asuntos de la mar. Consideré que lo que mejor convenía a mis intereses era no hablar de más. Total: la tripulación está encantada, con este dejarse ir...

Según avanzamos en la dirección equivocada, gobernados por el azar, los días se tornan más primaverales. Atrás quedaron las gélidas noches del septentrión, siempre toda la marinería en vela, por el pavor que nos inferían los vientos iracundos y las olas revueltas. A cada rato, como orcas asesinas acechaban al barco amenazantes icebergs, ávidos de proporcionarse, a la menor oportunidad, un festín de carne humana...

Pero sutilmente, los hielos y los vientos airados fueron remitiendo, el clima atemperándose, y los días prolongándose en apacibles y deliciosas tardes. Es agradable ahora, al atardecer, tumbarse sobre la cubierta de proa, para abandonarse a la paz de los moribundos, mientras se consienten las caricias de una brisa que, con gran impudicia, juega a colarse entre los ropajes agujereados...

Si no fuera porque las provisiones ya escasean —la mayoría palidecemos por los estragos del escorbuto y la disentería, el hambre y la sed—, nada nos sería más grato que proseguir, como si tal cosa, por este rumbo sin rumbo, extraviados en mitad del océano ignoto, camino de ninguna parte...

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